Y te vas a correr. Te enfundas en tus nuevas mallas de running, tus zapatillas con amortiguación y tu camiseta transpirable, coges las llaves de casa, tu mp4 para escuchar música y a la calle. Y pin, pan, pin, pan, para arriba, para abajo y tras media hora para casa. Llegas a la puerta, toda sudada, tu perro te oye y se pone a ladrar y tú vas a abrir la puerta y ¡BOMBAZO!!!! No están las llaves en tu bolsillo, pero recuerdas haberlas cogido. Tanto, pin, pan, pin, pan, se han debido de ir al suelo. Conclusión: gracias a dios que mi vecina tenía el teléfono de estos cerrajeros en Pamplona.
Y mira que di la vuelta y miré por todas partes, rehíce mis pasos y nada, las llaves se esfumaron, o se quemaron por combustión espontánea, o las robaron (aunque no sé para qué porque las llaves no tienen escrita la dirección así que lo de venir a robar lo tienen complicado). Pero el caso es que yo acabé sentada en la escalera esperando a que la Cerrajería Vizcay viniera a arreglarme el problemón. Y claro, a todo esto mi perro seguía ladrando porque me oía allí fuera pero veía que no entraba y el animalito se ponía nervioso. Aunque el momento culmen llegó cuando el pobre cerrajero se puso a trastear la puerta para abrírmela y Ludo, mi perro, empezó a ladrar como un desesperado pensando que se caía el mundo o algo así.
Yo le decía: tranquilo Ludo, no pasa nada, ya entramos. Y el perro seguía: guau, guau y guau guau y guau guau… en fin, una locura. Fue una media hora muy estresante para mí y para los vecinos que aguantaron el chaparrón. Y es que mi perro tiene un ladrido muy agudo y es curioso porque no es un perro pequeño, es más bien de tamaño medio-grande: no es un dogo argentino pero tampoco es un yorksire, y tiene un ladrido que se te mete en el tímpano como si una soprano te estuviera cantando el “Ave María” o “La Flauta Mágica”, según el día.
La verdad es que el cerrajero fue lo más rápido que pudo y yo estuve dentro de casa poco después pero el estrés fue total. Caí agotada en la cama 15 minutos después, y podrían haber sido menos si no hubiera tenido que ducharme. Ludo, el pobre, calló rendido también en su cama después de tanto ladrar y mis vecinos agradecieron que el cerrajero fuera rápido porque estaban ya con dolor de cabeza de tanto escuchar el follón que se estaba montando.
El caso es que después de toda esta odisea sólo os diré una cosa: cerrar bien los bolsillos con cremallera cuando salgáis a correr porque de lo contrario podéis perder todo lo que llevéis dentro de los mismos.